Hace 4 años preparaba la maleta para un viaje sin billete de vuelta.
Recuerdo los días previos, con la mente ocupada en qué llevar en la maleta. Algo de verano, algo de invierno, ropa cómoda, con la que me sienta a gusto, con la que me sienta guapa, calzado adecuado, para invierno y para verano, medicinas, ¿algo de maquillaje? Midiendo cada gramo que metía en la mochila de 50 litros. 10 kilos era el tope, y me pasé por uno. La mochila se convirtió en el reflejo de mi ansiedad. Porque no sabía si iba a estar preparada pero quería hacer todo lo posible por estarlo. Sólo que no enfoqué mis esfuerzos en el lugar correcto.