A veces pienso en ese
imaginario colectivo que hizo que sólo concibiese la escritura como
un desahogo, como una terapia. Marta peirano entrevistaba para el
matadero a Anne Carson y le decía, con la simpatía que la
caracteriza, que se había indignado un poco al leer en una
entrevista como Carson negaba el carácter terapéutico de la
escritura. Anne le contesta que no es que lo niegue exactamente, si
no que le molesta que hablen de ello como si fuera su única función, exlusiva y excluyente. Como si creásemos únicamente para sentirnos mejor, para
desahogarnos, modelarnos y evolucionar como personas. En ese momento
yo también me enfadé con ella, hablé de ella y la catalogué como
una de esas personas que tiene que situarse en un grupo con una
opinión extrema y, cuando han conseguido captar tu atención a
través de situarse como radicarles o con una posición
controvertida, cambian la versión y la dulcifican. Recordaba una de
las expresiones que me habían dicho el pasado Diciembre, “yo no
creo en el coronavirus”, afirmaba con rotundidad, y una vez lanzada
la bomba explosiva aclaraba que sí creía que el virus existiese,
pero que no era tan grave; supongo que según ella sólo estaba
matizando lo que había dicho en un primer momento. Según yo, se
corrigió. Sin embargo, con esa primera afirmación lapidaria había
conseguido no sólo captar la atención de sus interlocutores sino,
al mismo tiempo, situarse en una posición contraria. La realidad era
que no lo estaba, que (esta vez sí) con matices, teníamos una
opinión podríamos decir que similar, en la cual tratábamos de
cuestionar el bombo mediático que se le estaba dando al manido tema.
Yo afirmaba que, tanto Anne Carson como esta chica, buscaban situarse
en una posición contraria no por la explicación simplista de llamar
la atención (que también) si no más bien por reafirmarse en una
posición contraria a la opinión extendida en la población, es
decir, buscaban ser diferentes y reafirmarse en una ideología que se
mantenía crítica con la hegemonía social y cultural. Me preguntaba
si eso no lo habíamos dejado en la adolescencia.
Una vez que se me pasó la
rabia hacia Anne Carson, aquella idea de la escritura como terapia me
rumió la cabeza durante días. No sé si eso fue la semilla o fue el
catalizador de lo que Recuerdos del futuro de Siri Hustzvetz había
empezado a plantar días antes. El caso es que empecé a ordenar mis
escritos de hacía años. Había escrito mucho más de lo que
pensaba. En una de las entradas acababa diciendo:
“un
día más la escritura no ha servido para nada”
Prueba fehaciente de que
buscaba entenderme, conocerme y, en último término, arreglarme, a
través de la escritura.
*
Hoy, estudiando cosas que no
me interesan y distrayéndome con artículos de Elvira Lindo, Anna
Caballé o Muñoz Molina, he caído en un artículo que hablaba de
diarios. Sería mentir, he ido directa. Busco respuestas en la
lectura, y estas semanas la pregunta que me ronda la cabeza es:
“¿Desde
qué punto escribo?”
*
Beatriz Navas Valdés publicó
un diario en 2018, una especie de diálogo entre su yo de 14 años y
su yo de ahora. En el artículo hablaban de cómo representaba el
momento histórico en el que estaba viviendo, y no sólo por que
añadiera los titulares de los periódicos de ese día. Leo extractos
del diario de Sylvia Plath y no me suscita ningún interés. Personas
que sufren, que hablan de lo que viven. Sin embargo, leo el de Elvira
Lindo y me divierte y me apasiona, hoy me he dado cuenta por qué.
Son sus opiniones, cómo ven el mundo. No me interesa una persona que
no ve el mundo, que sólo se ve a sí misma, que no ve el contexto o
a sí misma en el contexto. Y es ahí donde he llegado a la
conclusión de que quiero dejar por escrito mis opiniones, aunque con
el paso del tiempo y como es natural, estas me avergüencen y no me
identifique con ellas. Será la prueba de que la gente cambia, de que
yo cambio. Prueba de que el tiempo pasa y de que así es la vida.