jueves, 28 de enero de 2021

Reflexión sobre la escritura

 

A veces pienso en ese imaginario colectivo que hizo que sólo concibiese la escritura como un desahogo, como una terapia. Marta peirano entrevistaba para el matadero a Anne Carson y le decía, con la simpatía que la caracteriza, que se había indignado un poco al leer en una entrevista como Carson negaba el carácter terapéutico de la escritura. Anne le contesta que no es que lo niegue exactamente, si no que le molesta que hablen de ello como si fuera su única función, exlusiva y excluyente. Como si creásemos únicamente para sentirnos mejor, para desahogarnos, modelarnos y evolucionar como personas. En ese momento yo también me enfadé con ella, hablé de ella y la catalogué como una de esas personas que tiene que situarse en un grupo con una opinión extrema y, cuando han conseguido captar tu atención a través de situarse como radicarles o con una posición controvertida, cambian la versión y la dulcifican. Recordaba una de las expresiones que me habían dicho el pasado Diciembre, “yo no creo en el coronavirus”, afirmaba con rotundidad, y una vez lanzada la bomba explosiva aclaraba que sí creía que el virus existiese, pero que no era tan grave; supongo que según ella sólo estaba matizando lo que había dicho en un primer momento. Según yo, se corrigió. Sin embargo, con esa primera afirmación lapidaria había conseguido no sólo captar la atención de sus interlocutores sino, al mismo tiempo, situarse en una posición contraria. La realidad era que no lo estaba, que (esta vez sí) con matices, teníamos una opinión podríamos decir que similar, en la cual tratábamos de cuestionar el bombo mediático que se le estaba dando al manido tema. Yo afirmaba que, tanto Anne Carson como esta chica, buscaban situarse en una posición contraria no por la explicación simplista de llamar la atención (que también) si no más bien por reafirmarse en una posición contraria a la opinión extendida en la población, es decir, buscaban ser diferentes y reafirmarse en una ideología que se mantenía crítica con la hegemonía social y cultural. Me preguntaba si eso no lo habíamos dejado en la adolescencia.
 
 

Una vez que se me pasó la rabia hacia Anne Carson, aquella idea de la escritura como terapia me rumió la cabeza durante días. No sé si eso fue la semilla o fue el catalizador de lo que Recuerdos del futuro de Siri Hustzvetz había empezado a plantar días antes. El caso es que empecé a ordenar mis escritos de hacía años. Había escrito mucho más de lo que pensaba. En una de las entradas acababa diciendo:

un día más la escritura no ha servido para nada”

Prueba fehaciente de que buscaba entenderme, conocerme y, en último término, arreglarme, a través de la escritura. 

Hoy, estudiando cosas que no me interesan y distrayéndome con artículos de Elvira Lindo, Anna Caballé o Muñoz Molina, he caído en un artículo que hablaba de diarios. Sería mentir, he ido directa. Busco respuestas en la lectura, y estas semanas la pregunta que me ronda la cabeza es:

¿Desde qué punto escribo?”

*

Beatriz Navas Valdés publicó un diario en 2018, una especie de diálogo entre su yo de 14 años y su yo de ahora. En el artículo hablaban de cómo representaba el momento histórico en el que estaba viviendo, y no sólo por que añadiera los titulares de los periódicos de ese día. Leo extractos del diario de Sylvia Plath y no me suscita ningún interés. Personas que sufren, que hablan de lo que viven. Sin embargo, leo el de Elvira Lindo y me divierte y me apasiona, hoy me he dado cuenta por qué. Son sus opiniones, cómo ven el mundo. No me interesa una persona que no ve el mundo, que sólo se ve a sí misma, que no ve el contexto o a sí misma en el contexto. Y es ahí donde he llegado a la conclusión de que quiero dejar por escrito mis opiniones, aunque con el paso del tiempo y como es natural, estas me avergüencen y no me identifique con ellas. Será la prueba de que la gente cambia, de que yo cambio. Prueba de que el tiempo pasa y de que así es la vida.

jueves, 21 de enero de 2021

2 libros sobre la relación madre-hija

El año pasado leí estos 2 libros que tratan la relación madre-hija o mejor dicho, la relación de una hija con su madre, pues todos están escritos desde el punto de vista de la hija.  

Apegos feroces de Vivian Gornick 

Caminando por las calles de Manhattan Gornick recuerda la historia compartida, lo vivido y lo no vivido, no sólo los acontecimientos si no también todas las frustraciones y emociones que han acompañado a la relación con su madre. Recuerdo la sensación de disconfor que me generaba ver plasmado tan abierta y brutalmente esa relación disfuncional.  

Nada se opone a la noche de Delphine de Vigan 

De este libro escribí en mi cuaderno:

"Este libro me ha golpeado y me he quedado un poco vacía al terminarlo. La complejidad de las relaciones familiares, la infancia, rencores enquistados, enfermedades, muertes prematuras, traumas...este libro habla sobre la vida en sí misma, quizá por eso duele. Nos vemos reflejadas en aquello que hemos vivido, o en cosas que sabemos que podríamos haber vivido o que podríamos vivir. Nos muestra de una manera cruda lo que se siente pero no se ve."

miércoles, 13 de enero de 2021

I. Enero

esto no se va a repetir y
quieres atesorarlo
no lo vives, buscar la manera
de apresarlo, para que no escape
pero escapará 
escapa
y tus manos vacías ni siquiera
podrán decir que lo rozaron

viernes, 8 de enero de 2021

Fragmentos de nieve en Madrid

Fumaba y no decía nada, parecía sacado de la generación Beat, miraba al final de la calle mientras los copos de nieve bailaban a su al rededor. Era la hora de la cerveza de la mañana, entre las once y media y las doce, no fallaba. Hoy llevaba un abrigo largo, demasiado elegante, contrastaba con su barba descuidada, su piel ajada y un gorro que le daba aspecto de mendigo.



Un hombre mayor lleva la cabeza cubierta con una boina, camina más rápido que nunca con las bolsas de la compra en una mano, pero la curiosidad le puede y acaba deteniéndose unos segundos. Alzando la mirada contempla el andamio que levantaron hace dos días en este edificio.

Otro hombre anda con paso lento, se apoya con una mano en un viejo sofá abandonado junto a los contenedores, y con la otra agarra fuertemente su bastón, para bajar de la acera, y se aleja con paso trémulo por la calzada. Este tampoco puede evitar detenerse unos segundos a admirar nuestro nuevo andamio.

*

Los copos siguen bailando a nuestro al rededor, aclarando poco a poco las desnudas ramas de los árboles, el banco se ha cubierto de una finísima capa blanca. Los pequeños gorriones huyen asustados del ruido de las obras, que de manera intermitente rompe el no-silencio de la ciudad. Cuando este cesa regresan a las escuálidas ramas, mirando hacia todos lados con movimientos rápidos y precisos.

El señor del bastón vuelve por donde ha venido, con la misma bolsa por donde asoma el pan, con la misma parsimonia. 
Ha aumentado el tamaño de los copos, la velocidad a la que caen. Las calles llevan días cubiertas de sal.

*

Al fondo la colonia del ferroviario se yergue entre los arboles deshojados, pinos y copas teñidas de amarillo. Auguran que mañana los tejados amanecerán cubiertos de blanco. Ya me imagino el alfeizar de la ventana con tres dedos de nieve, mi mano presionando el hielo y marcando su forma temporalmente.